MATRIMONIO

Me despierta un mensaje de un número desconocido: "Te sigo esperando". Mi cerebro, predispuesto a la confusión a esa hora más que a ninguna otra, decide empezar a trabajar de madrugada. Resultado: debo prender la caja idiótica para anular un poco el efecto. No funciona. A las 7 y 30 recibo el sonido de la alarma como si fuera una sentencia de muerte. Decido no ducharme para permanecer más tiempo en la cama, aún sabiendo que no podré dormir. Nada de esto me hace feliz.
Taxi y al trabajo: corta y pega por 4 horas y el estómago me empieza a rugir. Hago lo propio y vuelvo a mi sitio. Corta pega, corta pega.
Es hora de volver a mi guarida. Tengo planes: veré una película, borraré todos esos mails paranóicos que ofrecen hacerme saber quién borró o bloquió a alguno de mis yos digitales, llamaré a alguien que cree ser mi amiga y dejaré de pensar que alguien me está esperando. Aunque por si acaso mandaré 4 mensajes estratégicos.
No recibo respuesta.Son las 8 de la noche cuando he terminado de engullir un pescado frito. Voy a mi cuarto, me saco el zapato y mi chancla ortopédica (adaptación de diseño propia) y me quedo mirando al techo. Ahora tengo la certeza de que en ningún lugar nadie me espera. No veo una película ni borro mails paranóicos ni llamo a ninguna amiga: cuando abro los ojos nuevamente son las 2 de la mañana, el sueño se ha ido por completo y mi cerebro decide empezar a trabajar. Mi boca sabe horrible, necesito agua desesperadamente, necesito un somnífero, necesito fumar un poco. Pero solo veo al techo y hago muecas para nadie, miro mi reflejo en la televisión apagada y es una revelación: estoy casado con una pantalla y por ahora, es un infierno.

No hay comentarios: