SOLO LEJANO ANHELO

Contaba la leyenda que esta era la mejor hierba que existía en capital. Había que ir a buscarla. Salimos a eso de las 3 de la tarde con P y G, dos amigotes casi de infancia. G estaba ahí realmente acompañándonos por que el nunca ha fumado a pesar de estar expuesto a nuestra companía (Padres preocupados, tomad nota). Siempre me pongo a suponer que llegamos en el momento incorrecto a la casa del diler y somos víctimas de la fuerza policial. El pobre G. en realidad se jugaba su libertad por nosotros. Pero como siempre esta clase de suposiciones dramáticas no preocupan más que la realidad circundante. Y la realidad circundante era, o tenía mucho que ver, con que se había acabado la hierba y teníamos que conseguir más.

Bajamos y bajamos hasta que las casas tenían más espacio verde entre sí. Finalmente llegamos a un río con un puente para peatones hecho de madera y tiras de hule de llanta vieja. En ese momento supimos que teníamos que llamar a pedir direcciones.

No fue difícil llegar. Apenas nos parqueamos, dos cabezas que estaban asomadas a la terraza de la casa, desaparecieron. Ante nosotros, solo apareció una de las cabezas, resultó pertenecer a un tipo de unos 3o y tantos, nos saludó como si fueramos sus amigos, preguntó cuánto queríamos y se despidió diciendo: "dense la vuelta en el puente y suban con la plata lista".

Obedecimos y entonces se produjo el hecho: frente a la casa, donde estaba el tipo, había una mujer con un vestido azul oscuro, estampado de flores difusas. Tenía unas gafas pequeñitas y llevaba unos zapatos converse clásicos, muy viejos. No se veían medias sino dos tatuajes que rodeaban sus tobillos. El aire le daba en la espalda, haciendo que las flores azules dibujen un contorno que parecía i-n-a-l-c-a-n-z-a-b-l-e, y hacía que unos largos pelos lacios se muevan por un lado de la cabeza, enmarcando la cara, que obviando los dos enormes ojos oscurísimos, era de una simpleza divina.

Cuando el auto estuvo a su lado, el viento pareció detenerse, adivinando que ya no se le necesitaba pues la presentación había sido perfecta. Y entonces no sucedió nada más. No me saludó, solo hizo un gesto con su cabeza, me dió una funda y tomó el dinero. Subimos en silencio, revisando el paquete. Después enrollamos un porro y hablamos sobre ella. G. también fumó.

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